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domingo, 9 de noviembre de 2014

Primera Conversación

Julio, 2003

Era de noche, alrededor de las 7. El clima como de costumbre en esas fechas era frió y húmedo, no era mi favorito. Durante muchos meses había estado meditando en cuanto a la posición en la que me encontraba, era algo como estar varado en alta mar o atrapado en un tráfico, o simplemente como dicen ahora “estar en nada”.
Cuando Dios te quiere hablar Él lo hace de muchas maneras, la más común es por medio de las escrituras pero también puede enviar a alguien para que te comunique el mensaje, siento que esta manera es una muestra generosa de su gran amor. Pero ¿Qué pasa si a pesar de estas muestras de amor, nosotros aun no vamos por el camino que deberíamos? Yo creo que a veces Él tiene que usar herramientas más poderosas para hacernos entender y me da un poco de pena pensar que no respondí al primer llamado como debí hacerlo y tuve que ser llamado de otra forma. Así que ahí estaba yo en una noche fría y cotidiana, había recibido la visita de un hermano amigo de la familia a invitarme a hacer algo por mi vida, algo que cambiaría el curso de ella por completo, algo que solo a las 19 años puedes reconocer como lo mejor que te puede pasar como joven miembro de la iglesia. Pero como dije antes, a veces los ángeles que Él envía no son suficientes. Me hallaba meditando vagamente y sin cuidado sobre aquellas palabras de aquel hermano robusto, veterano de la iglesia, amigo de la familia, y con el poderoso nombre que lo definía al llegar a nuestro hogar: “maestro orientador”, un título lamentablemente muy subestimado.
Estaba en el segundo piso de mi casa, piso que por lo general se encontraba vacío, lleno de recuerdos hermosos y felices que la vida pasada nos había dejado antes de que las cosas cambien. Estaba sentado sobre la cama viendo una película que no recuerdo. La luz del pasadizo próximo estaba prendida, y la habitación solo era iluminada por la luz de la televisión. Fue en ese momento, mientras me cobijaban unas frazadas y me alimentaba con algunas bocaditos, que la habitación se puso en silencio, mis oídos no prestaron atención a ningún otro entretenimiento, empecé a sentir un ligero ardor en el pecho y escuche una voz suave y apacible que hablo no solo a mi mente sino a mi corazón y me dijo: -“Mira a tu alrededor”, inmediatamente gire mi cabeza y observe las cosas que poseía, la ropa que vestía, los alimentos que comía, la casa donde me alojaba, las personas con quien vivía. Presencie cada detalle desde la perspectiva que Dios deseaba que lo hiciera, y pensé en mi madre sentada en el 1er piso viendo algún programa de televisión, pensé en mi hermano y en mi abuelo que aun tenia a mi lado, fue después de este rápido escaneo que esta misma voz continuo hablándome y dijo con una amorosa reprensión: “¿Cómo puedes ser tan desagradecido?”, fue entonces ahí que me di cuenta; el ardor en mi pecho ya no era ligero sino más bien era como una explosión de emociones, de gozo pero a la vez de tristeza por darme cuenta que verdaderamente todo ese tiempo había sido desagradecido con mi Padre Celestial. El me hizo ver que tenía comida, tenía abrigo, tenía una casa y más importante aún que había nacido dentro de un hogar al cual yo aún considero perfecto, no puedo negar que la mayor bendición que tengo en mi vida era la de haber nacido dentro de esta grupo de personas maravillosas a quienes tengo el honor de llamar familia. Había recibido mucho y era poco lo que había hecho. Había sido enormemente bendecido y no lo sabía. Al instante de darme cuenta de ello, hice algo que nunca había hecho antes a solas, me arrodille al borde de la cama y trate de orar a través de mi llanto pidiendo perdón por haber pensado en otras cosas que no eran las que el Señor esperaba de mi a los 19 años y que si había alguna razón que aún no conocía para poder servirle, al menos yo ahora conocía una y era que no podía ser desagradecido con El. Mi oración termino con una dulce calma y a pesar de no tener ni una idea de lo que me esperaba detrás de aquella decisión que tome, baje a la sala y acompañe a mi madre unos minutos aun procesando la idea, y en un tono muy tímido le dije : -Mamá, me voy a ir a la misión. Ella no me creyó, me dijo que dejara de bromear, y es que ya muchas veces había puesto en claro que no lo haría. Esta vez no fue así, cuando se dio cuenta que estaba verdaderamente decidido, me abrazo fuertemente y lloramos juntos. Los siguientes días fueron mucho más felices,  llenos de gozo, de seguridad en el futuro y una confirmación de que era el camino correcto.

El Señor me ha visitado muchas veces, ha hablado conmigo y confirmado muchas otras cosas. Creo que le debo mucho al permitirme oír su voz y explicarme el plan que tenía para mí y de permitirme usar mi albedrío de la manera más justa posible. Él vive, El me hablo, respondió una pregunta en mi corazón secretamente guardada. Y aun hoy le agradezco aquella hermosa conversación.

domingo, 16 de febrero de 2014

“Primer día en el CCM”

Marzo 4, 2004
 “Primer día en el CCM”
Había pasado algunas horas desde que fui apartado como misionero de La iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, fue tanta la emoción de aquel acontecimiento que me quede dormido en el sillón de mi sala, en donde inusualmente, en esta ocasión se llevó a cabo dicho momento. Fue el nerviosismo, ansiedad, y esos sentimientos que aun a los 19 años no conoces, que me dejaron durmiendo por unas cuantas horas antes de levantarme temprano con dirección al Centro de Capacitación Misional. Pensaba, pensaba mucho, y  más en que existen momentos difíciles cuando tienes que decir hasta luego a alguien, siempre me gusta decir eso en vez de adiós o incluso un clásico “chau”. Y es difícil con aquellos a quienes tal vez no exista un “luego” después de esa despedida. Me toco despedirme de mi Abuelo Celestino Horta, El pionero del evangelio en nuestra familia, figura sabia y respetada en la familia, vecindario y en la iglesia, ya a sus casi 94 años era imposible para mí no pensar que esta sería la última vez que lo vería. Para mi sorpresa el decidió ir al CCM para despedirme, eso me alegro.

Observaba las calles de la ciudad de Lima detenidamente por la ventana del carro, para que al regresar trate de  ver si había algún cambio en mi querida metrópoli. En la mañana había caído una ligera llovizna, por el distrito de La Molina, esto le dio un tono de melancolía a esta despedid y al llegar ahí, solo quedaba despedirme de mis amigos. Estaba muy feliz por el apoyo que me habían brindado, pero mi emoción de embarcarme en esta nueva misión disipo las ganas de sentirme triste. Entre y deje mis cosas en mi nuevo cuarto y fui a un salón donde se realizaban las charlas y reuniones dominicales, era un espacio abierto y grande en donde reunieron a mis padres y mi abuelo. Fuimos presentados ante los líderes y les explicaron que pasaría con nosotros en los siguientes 2 años. Rogaba dentro de mi corazón poder tener algún consuelo sobre este distanciamiento con mi familia, en especial con mi abuelo. Al despedirme no llore, tampoco mis padres, y mucho menos mi abuelo, pero pude ver en su rostro lo orgulloso que estaba de mí. Me acerque a abrazarlo y darle un beso en la mejilla y tocar su cabeza suave y observar sus ojos celestes como su nombre, aquellos ojos que siempre cargaron amor, sabiduría y mucha comprensión, me acerque a él y dijo a mi oído: “Aquí te voy a esperar, hijo”, y proféticamente, así como muchas de sus palabras en los años pasados que lo conozco, así sucedió.

domingo, 19 de enero de 2014

Despedida


Febrero 26, 2004

Casi todas las veces que alguien ha dicho cosas buenas sobre mí en público, me han hecho sentir incómodo y avergonzado, en especial si son amigos cercanos. Faltan 6 días para entrar al CCM y me encontraba con un grupo de amigos del barrio san juan en mi casa grabando un casete con sus últimas palabras antes de mi partida al campo misional. Recuerdo oír el calificativo de bromista, molestoso y chinchoso, características aceptables para mí porque lo soy, aunque bondadoso y servicial no me las creí, habrá sido el momento supongo. La noche se acababa y comenzaba a revisar las cosas que llevaría a la misión, no creo que lleve el casete, pero si llevare las palabras y los calificativos en mi corazón y hacerme recordar que ese soy yo, y que debo volver con mejore atributos sumándolos a los que ya poseo. Continuaba con las clases de preparación misional, aunque en realidad nunca tuve una formal, no se si no sabía que habían o que tenía que llevarlas, pero si tuve una persona que me ayudo. Recuerdo un buen amigo que me apoyo al momento de volver a la iglesia y con un solo vinculo en común (la música) logro que confiara en él y así lo hice. Siempre estaré agradecido a Roberto Hidalgo por el tiempo que se tomaba para enseñarme sobre ese nuevo mundo al cual consideraba una dimensión desconocida y que estaba a punto de entrar por una puerta con fecha ya establecida. Me resultaba aterrador a veces, pero a través de sus experiencias misionales, todo eso me resultaba más relajante y emocionante. No tuve alguien que fuera una especie de tutor para aconsejarme sobre temas de la misión, pero creo que cuando carecemos de algo en nuestras vidas podemos ver el amor de Dios cuando Él nos compensa de alguna y otra forma, esas bendiciones también se les llama amigos. Yo hasta esa fecha nunca había escuchado la charla 1 que daban los misioneros. Habiendo nacido en el convenio supongo que no necesitaba oírla, pero entre todas estas lecciones que mi amigo impartía recuerdo aquella en la que él me enseño esta charla. Fue en uno de los salones de clases en la Estaca San Juan, y recuerdo aquellas cosas que hacen de esa experiencia inolvidable, el cambio de voz, la seguridad en los ojos, la convicción de su testimonio, el poder de la verdad que residía en su corazón. El espíritu llego directo a mí como una flecha y sentí que lo que él hablaba era verdad. Quede conmocionado, con un gozo en el corazón, quede listo para ser misionero. Meses después entendí que eso mismo sentía cada investigador que enseñaba, pero a mis 19 años el haber oído estas palabras me hicieron sentir más seguro de la divinidad de la obra que estaba por cumplir. No llore, porque entre amigos no se llora, así le dije, y él me dijo: Claro si somos bien machos. Nos abrazamos y le agradecí por su testimonio, pero más aún por su amistad, la cual aún mantengo.

Marzo 03, 2004

Hoy fue mi despedida y apartamiento. Sentimientos opuestos, pero en general estaba feliz. Me despedí de muchos amigos y de la familia. Quisiera enmarcar algunas palabras que se quedaron grabadas en mi corazón, y que aun hasta ahora influyen en mí y me hacen recordar lo mucho que Dios me ama. Recuerdo a un joven retornado algo extrovertido pero muy querido por las jóvenes, se llama Alexis Barrios, toco la puerta de mi garaje un tanto apurado, se detuvo a desearme suerte y despedirse, pero me dijo algo que siempre practique y compartí con mis compañeros en la misión, él dijo: “Max, Ama a las personas”, “Hagan lo que hagan, te escuchen o no, amalas con todo tu corazón, no te rindas con ellas”. Solo atiné a decir “Gracias”, pero esa pequeña palabra fue sincera, y creo que demostré esa gratitud al seguir ese gran consejo, que creo haber seguido y vivido en mi misión. Gracias amigo.

Como número especial unos amigos retornados cantaron una canción que tiene mucho significado para mí: “Te hallare mi querido amigo”, hasta ese momento no sabía que era una canción, yo había escuchado esa historia unos 3 años atrás, y fue ahí cuando el deseo de ir a una misión nació, pero esa es otra historia. Después, mi tío Héctor no dudo en dar unas palabras, recuerdo que se paró y me dijo que a pesar de que muchas veces me rehusaba a pensar en salir a una misión el confiaba en algo, y él se refirió a los “Grandes padres que tengo”, Él sabía que había sido criado con mucho amor y con buenos principios, y que mis padres eran personas justas y Dios concede los deseos de nuestros corazón a los justos, y esta no sería una excepción, comprendí también que no solo por ello mi corazón se ablando y tome la decisión de salir en la misión, aunque si tuvo mucho que ver con ello, pero esa también es otra historia. Finalmente durante mi discurso de despedida veía a todos los jóvenes y me sentía apenado por dejar al grupo de amigos que había obtenido en la iglesia. Como dije antes, los hombres no lloran, pero no pude dejar de quebrarme en mis últimas palabras antes de partir, (aclaro “quebrarme” como voz quebrada mas no lagrimeo). No recuerdo que dije, pero es verdad a veces uno habla y habla y no sabe lo que dice, y aun me pasa, pero solo sé que repetía muchas veces que no sabía cómo sería estar allá, ni que haría exactamente, solo sabía que tenía que estar ahí y punto! Meses después entendí que en verdad, no tenía ni la menor idea de lo que en verdad iba a hacer, pero no importo, por nunca estuve solo.

jueves, 9 de enero de 2014

Dias de un Misionero




Febrero 9, 2004

Día Soleado, mesa de comedor. Comencé a hacer algo que nunca había hecho: leer las escrituras con bastante atención, antes no lo había hecho y si lo hacía era por menos de diez minutos y de manera despistada. Me sorprendí cuanto había cambiado en estos últimos meses desde que tome la decisión de salir a una misión regular. Uno de los cambios más notorios en mi persona fue el deseo de leer más, parecía una droga de la que no me cansaba de consumir, que rara comparación, pero es algo así, a pesar de que nunca he sido víctima de alguna adicción. Parecía que la media hora diaria establecida en mis horarios ya no era suficiente, parecía que el solo el libro de mormón, no era suficiente, decidí ir con algo grande y busque entre los libros de mi mama el manual para el alumno usado en institutos de más de 300 páginas allá por los años 70, para mi perspectiva el libro era inmenso, igual decidí escudriñar y saber el porqué, como y donde de las situaciones dentro de este libro que comienzo a amar con todo mi corazón y que está formando parte básica del fundamento de mi fe. Esto ha estado sucediendo todas las mañanas y me asombra verme sentado del desayuno hasta el almuerzo estudiando, tal vez dentro de mí quiero compensar el tiempo perdido, tal vez solo es cuestión de aprender más para cuando me toque testificar en la misión. Aunque debo confesar que mis días no pasan entre páginas y manuales, sino también en salidas y un romance. Si me doy el lujo de llamar romances a mis 19 años, tal vez no lo es para otros, pero es como lo siento ahora y eso es lo que importa. Después de muchísimo tiempo nunca creí poder ilusionarme otra vez, y así paso, acabo de conocer a una joven en el barrio y me siento de feliz de que a pesar de sobrevivir un corazón roto, este se reconstruyo y volvió a latir. Una de las cosas más increíbles que uno puede aprender es volver a amar. Comienzo a pensar que hay muchas cosas que no se, por más que lea y lea las escrituras hay algo que aprenderé estando allá, espero poder responder bien ante ello, dentro de emoción, existe una combinación de miedos y ansiedad, no me siento preparado, es la verdad pero a pesar de eso y no tener idea que es lo que me espera, solo sé que tengo que ir y leer todo lo que pueda.